miércoles, 23 de julio de 2008

Trayectos

Que conveniente es aprender a decir "mamá".
Tantos cariños, tanta atención, tanto poder. Claro que, aprender a decir papá también tiene sus ventajas...
Aprender a decir mamá o papá es obligar a que el nombrado averigüe lo que la criatura quiere; en cambio decir hambre, sueño, popó, dolor, es pensar de más...
Desde pequeño optimicé recursos con el lenguaje, con mis ademanes, con mis gestos. Para qué gastar saliva y aliento cuando con una mirada se puede decir todo y más.

domingo, 20 de julio de 2008

El ángel

Mientras no te vea humana, seguirás siendo imposible.

sábado, 19 de julio de 2008

El secreto (Fragmento)

Por años fue don Camilo el único testigo de lo que pasó en casa de Doña Cleonta que, habiéndose hecho una solemne promesa personal (so pena de muerte) de que nunca iba a revelar nada de lo que sintió, olfateó, vio o escuchó esa fría noche de verano, era casi costumbre sacar el tema a la hora de la comida.
- Fue un día que si alguno de ustedes hubiera vivido, seguramente hoy no tendría apetito, no dormiría por las noches, no hablaría con la gente e incluso trataría de respirar menos que ahora...
Estos comentarios inspiraban respeto, aún sin saber la verdad. Poseer tan grande secreto le daba estatus y poder en el pueblo.
La gente se portaba en extremo amable y le procuraban comodidades y cuidados; le hicieron confidente de cuanto secreto conocieren y lo nombraron "El Secretario". Curioso cómo se puede vivir en estos días.
Un día a la hora de la comida un hombre de misterioso porte apareció en el pueblo. Era de buena figura, a buena altura del suelo, con un sombrero que apenas dejaba ver que su cabello era negro. Cejas tupidas y unos ojos cubiertos por espejos; su bigote decía que era un hombre descuidado y se movía haciendo círculos mientras masticaba algo que traía entre dientes. Tenía en la mano derecha un arma y en la izquierda una bolsa muy pequeña.
Entró a casa de don Camilo, el Secretario.
- Hace más de diez años juré que no iba a contar nada de lo que sucedió en casa de Doña Cleonta y hoy llega usted ofreciéndome una cantidad de dinero que jamás creí que podría llegar a ver en un mismo sitio... - dijo don Camilo con asombro y con un muy pequeño asomo de codicia que el extraño no dejó de percibir. Después de una meditativa pausa, continuó hablando acentuando con firmeza cada palabra- Mala suerte para usted que ha venido de tan lejos.
El extraño, a diferencia del resto que volteó a ver a su patriarca como queriendo persuadirle de su decisión, no se inmutó con las palabras del Secretario. La atención de la familia se encontraba también en la mesa donde brillaban las monedas de plata que opacaban a los pobres instrumentos de cocina que, humillados sobre la superficie de la mesa, harían ver a cualquiera la necesidad económica de aquel hogar.
- El dinero lo compra todo, señor Camilo- dijo el extraño con una tétrica sonrisa.
- Ah! Pues bien, si sabe mi nombre sabrá entonces que soy hombre de palabra.
- Es su palabra la que intento comprar.
- Antes muerto señor...- calló un segundo como queriendo que el extraño llenara con su nombre el silencio y al ver que no lo iba a lograr, continuó- Pierde su tiempo, no diré nada.
- Me parece muy bien. Que así sea.
...
- Le dejo, pues, diez mil pesos para lo que se ofrezca señora, ahora que su esposo tiene un poco difícil eso de ir al trabajo... Que tenga bonita tarde.

Así fue que murió el secreto junto con el último testigo. Ahora sólo se habla de lo que pudo haber pasado y nunca sabremos qué fue lo que realmente pasó en casa de Doña Cleonta.

martes, 15 de julio de 2008

Auto sabotaje

¡Ah! Mi calidad de disperso me tiene en desventaja frente a tu rechazo. Siempre he sido defensor de la razón por sobre el sentimiento y ahora mi imaginación me traiciona; aquella que es tan parte de mí que me conoce y sabe cómo hacerme daño. Te pienso y veo en todos lados, a todo le pongo tu nombre y sangra mi corazón un poco más de lo que ya ha sangrado toda mi vida.
Pero esta sangre es más roja, y aún caliente mancha permanentemente mi alma y se pudre para prevenirme más dolor. Así es como el amor no correspondido se vuelve odio, un sentimiento en forma de pus que destruye la esencia de lo que alguna vez construiste en mi alma.
Nadie que haya amado ciegamente y haya sido abandonado puede negar mi postura.
Pero Dios, que es toda bondad, supo que algún día te iba a conocer y guardó en mi alma un antídoto: el perdón.
Ya quedará en mí perdonarte algún día, para poder vivir en paz.
Pero ahora me gusta beber el veneno que me das y sentirme morir, para que, cercano a la muerte, me aferre a la vida perdonándote...