jueves, 6 de noviembre de 2008

Trayectos

De simios y tráfico
Había en el camión un par de niños molestos que acentuaban el calor con cada grito, haciéndome sudar las sienes quemadas ya por el intenso sol que derretía mi ventana.
Inquietos, siguiendo su naturaleza inconsciente, inspeccionaban cada “debajo” en búsqueda de “algo” mientras su madre, en varios fallidos intentos de sentarlos de nuevo en su lugar, los golpeaba so irónico pretexto:
“¡Si no se sientan se van a lastimar!”
Su puño cerrado acariciaba sus cabezas una vez cada tres aleteadas y los niños huían por el camión sonriendo y haciendo bulla.
De no haber sido porque el que se viera mayor de edad llamó a su madre “mala” (eso sí, nadie nace sabiendo ser padre), hubieran sido fácilmente confundidos con simios chillantes y salvajes.
Brincaron sobre los asientos, se colgaron de los tubos de acero, corrieron de atrás para adelante a su máxima velocidad hasta que un huequito entre el auto de adelante y la desesperación del chofer hicieron que uno de los dos volara cuantas filas para adelante había.
No puedo negar que al principio su caída me dio gusto y risa, “has superado tu marca, llegaste en dos segundos al frente” pensé, pero entonces recordé que la desgracia de los niños escapa en lágrimas, peor, en llanto, sollozos y gritos. Inmediatamente se me quitó la sonrisa de la cara, entrecerré los ojos y encogí los hombros como esperando una explosión.
Nada pasó. Sacudiose los pantalones con calma y miró a su alrededor como tratando de ubicar si su madre estaba dos filas atrás o cuatro, del lado derecho o izquierdo; si estaba a un lado lista para lloverle a golpes o si ya se había bajado del camión. Ni una, ni otra. Tres filas atrás estaba su madre, mirando hacia la ventana diciendo en voz queda, “ya ves, por tonto. Te dije, te lo dije”.
No pude saber el desenlace de la historia porque había llegado ya a mi transbordo y no quise voltear por miedo a desenterrar viejos recuerdos de caricias sangrantes y gritos de amenaza.
Nota: Conocí a un hombre que dice que los simios pueden articular un par de palabras; nunca le creí pero hoy me volvió a entrar la duda: ¿y si lo que tengo aquí enfrente es una primera involución evolutiva de una nueva raza?

Trayectos: El camión

No hay peor que navegar por el tráfico de la ciudad montado en un monstruo de hierro que ruge, humea y aúlla como animal acechante, bestia iracunda, enfurecida, intimidante; con un sol que llaga y ahoga, con prisa y sin tiempo.