lunes, 4 de mayo de 2009

La madre

Y Dios entonces culminó su creación soplándole vida al hombre, a Su imagen y semejanza, dándole como regalo, además de la vida propia, el mundo, el alma y la libertad.

Así, para dar valor a la acción permitió la tentación y la edificación del pecado como la desobediencia a la Ley Natural, a Dios mismo, que contrastaron el amor de la perfidia y enseñaron al hombre a amar obedeciendo.

Pero los daños del primer pecado fueron irreparables. La desobediencia directa a Dios que por Su creación siempre había sido obedecido y respetado, tuvo sus consecuencias catastróficas: el hombre olvidó el idioma que hablaba con Dios y poco a poco fue olvidando también su omnipresencia, su poder y amor infinitos, su gracia y su Ser. Se había quedado sólo por propia voluntad y buscaba nombrar las cosas esperando llenar el vacío que la ausencia de Dios había dejado en su alma.

Pasó tiempo, ese que no se entiende de Dios y que hace del hombre polvo, y hubieron algunos que hablaron Dios con Él y bajaron a la tierra a advertirnos de nuestra ceguera y del error que cometíamos cada vez con más frecuencia. No había forma de entenderles, el idioma Divino se perdió tiempo atrás y los hombres simples, aquellos que no temen al Creador, entendían sólo amenazas y castigos y se alejaban de los Hablantes.

Pero Él que es toda bondad y sabiduría plantó una semilla de redención en quien fuese su primera agravante, ella que conoció el pecado y el arrepentimiento antes que el otro y lo orilló a pecar; ella que probó el contraste entre la vida y la muerte. Es Él quien dice en labios de carne tal vez sedientos, que quien haya faltado contra Él y se arrepienta lo verá y será feliz. Así la hizo un milagro viviente capaz de dar vida después de haber dado muerte. La muestra de Su infinita misericordia.

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